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Acerca de la opinión pública y los sondeos

Por Walter Barboza

El sociólogo francés Pierre Bourdieu, sostuvo a lo largo de su carrera como intelectual, e investigador en el campo de las ciencias sociales, que "la opinión pública no existe". Para ello, tuvo en cuenta un viejo debate instalado a los largo del siglo XX en el mundo de la academia, acerca de la supuesta “neutralidad de las ciencias”. Bourdieu entendía que la estadística no era “garantía de imparcialidad, ya que al ser un análisis social no existía la posibilidad de una neutralidad valorativa en la formulación de los protocolos y cuestionarios”. Es decir, en las decisiones que el investigador toma a la hora de recortar una porción de la realidad, de hacer una segmentación sobre la población e incluso en el momento de elegir su objeto de estudio.

La idea de “opinión pública”, como construcción social e histórica se la puede situar en el marco de las revoluciones burguesas, pero fue legitimada a partir del creciente desarrollo de los medios de información y coadyuvada por la constitución de disciplinas sociales orientadas al estudio del fenómeno de las comunicaciones de masas.

Algunas de las objeciones que se le hacen, están centradas en cuestiones técnicas tales como: el grado de error en la confección de la muestra, el tamaño de la misma o en la representatividad de la población. Sin embargo, existe un consenso general en la “opinión pública contemporánea” que da cuenta de un grado elevado de confianza en los sondeos que realizan las consultoras. Aunque este cronista preferiría entender que los sondeos sobre “opinión pública”, cuyo grado de fiabilidad se puede poner en duda a partir de la experiencia argentina, muchas veces son traccionados por la influencia que ejercen los medios de información.

Por ello, es menester mantenerse atentos y no dejarse guiar por los cantos de sirena cuando los medios de información apuran sondeos que alientan determinadas expectativas en la población. Quizás las elecciones de Córdoba sea un buen ejemplo acerca de cómo se mueven los gustos y preferencias de la opinión pública, aunque bien podrían ser los propios cordobeses los que nos expliquen en mejor detalle las razones sobre sus decisiones políticas.

Bien vale la pena recordar al extinto historiador Eric Hobsbawm, cuando en su libro “Historia del Siglo XX” (1994) señalaba, a propósito de los intentos de los investigadores de pronosticar el devenir, que “el éxito de los pronosticadores de los últimos treinta o cuarenta años, con independencia de sus aptitudes profesionales como profetas, ha sido tan espectacularmente bajo que sólo los gobiernos y los institutos de investigación económica siguen confiando en ellos, o aparentan hacerlo. Es probable incluso que su índice de fracasos haya aumentado desde la segunda guerra mundial”.
Quizás porque los únicos acontecimientos que se pueden describir y analizar, son aquellos cuyo resultado —de victoria o de derrota— es conocido por todos nosotros. O quizás, porque la única forma de expresión de la “opinión pública” sean claramente las elecciones generales.

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