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José López, sobre la verdad y el falso testimonio


Por Walter Barboza

En el mes de junio de 2016, un ex funcionario del Ministerio de Infraestructura del Gobierno de
Epiménides, el poeta cretense
Cristina Fernández es «supuestamente» sorprendido cuando ingresaba unos bolsos con unos nueve millones de dólares en un antiguo convento de la localidad bonaerense de General Rodríguez. Los medios están presentes casi al mismo tiempo que la detención del ex funcionario. José López es su nombre.

Las horas de radio, tv y centímetros de prensa gráfica y digital, dedicadas al asunto, no dan tregua al tratamiento informativo. Los enfoques son los mismos que marcaron la agenda de por lo menos los últimos siete años de la vida nacional. Pero con la diferencia, de que ahora sí los medios creen definitivamente haber encontrado una pista firme sobre la “ruta del dinero K”. Las hipótesis se cruzan y tejen: ¿Cuál es el origen del dinero? ¿De dónde proviene? ¿Cuál es el pasado del ex funcionario que parece haber sido sorprendido con dinero mal habido?

Los días pasan y las noticias no avanzan y el tema se instala como eje de debate en la sociedad en general; porque si ahora algo queda claro es que aquel fallido operativo en el sur argentino, inverosímil fílmico por donde se lo mire, que implico horas de escenas televisivas en vivo para buscar el supuesto botín del empresario Lázaro Báez, enterrado en la gélida Santa Cruz, se ha convertido en un hecho concreto e imposible de negar: aquello que se me presenta frente a los ojos como un conocimiento claro y distinto. Evidente.

La gente común y corriente, si es que existe como categoría analítica, dice: “si antes ingenuamente creímos en la posibilidad del dinero enterrado, ahora esa posibilidad no se nos niega”. Sin embargo los días pasan y la investigación, que da cuenta más del compromiso de los empresarios en el pago de coimas para la obtención de licitaciones para la realización de obras públicas, que de la denominada “ruta del dinero K”, sigue sumando datos de color; como por ejemplo el de aquel vecino, Antonio Lafayette, quien hizo declaraciones en rueda de prensa frente al convento, asegurando que había visto desfilar por el lugar a Julio De Vido y Guillermo Moreno en más de una oportunidad. Pero ocurre, como en esas novelas clásicas de espionaje o de policial negro, que el tal Lafayette no es Lafayette, sino Antonio S, un personaje rodriguense simpático y entrador por el que sus propios amigos y familiares no dan crédito sobre lo que dice y asegura (1).

Pero el dato es que hoy, en los medios, su apellido sigue vigente como tal. Y quienes lo conocen y lo vieron por TV, lo escucharon por radio o lo leyeron en los portales de noticias, no dejan de sorprenderse burlonamente cuando repasan su historial de personaje picaron que, aprovechando la presencia masiva de los medios, no quiso más que salir en televisión para sumar acontecimientos a su anecdotario.

Nadie, en el marco de los gajes del oficio, se molesté en chequear el dato y los medios en rueda de prensa terminaron por constituir una verdad a partir de un testimonio de dudosa procedencia, o que fácilmente podría haber sido cuestionado para condicionar la eficacia o veracidad de sus declaraciones. Decirlo, en un contexto en el que la verdad ha pasado de moda, quizás tampoco tenga mucho sentido.

Tomás Moro Simpson, parafraseando a Bertrand Russell, señalaba en 1964 las diferencias entre el «ser» y el «existir». Ser es aquello que pertenece a todo término concebible, a cada objeto posible de pensamiento que aparece en cualquier proposición. De este modo el ser es un atributo general de cualquier objeto y mencionar algo es mostrar que “es” (2).

Ahora bien, según Moro Simpson, ser se diferencia de existir en la medida en que existir implica mantener una relación específica con la existencia. Es decir que la existencia es la prerrogativa de algunos seres.

Lafayette, o más estrictamente Antonio S, asegura que vio varias veces a Moreno y De Vido en el convento. Su enunciado, para establecer la verdad o falsedad del mismo, debería ser corroborado a partir de la existencia del episodio. Pero si «existir» se distingue de ser, porque este último «es» en la medida en que se menciona algo sobre él, puede ocurrir que la formulación de Antonio S sea sólo eso y no un hecho que realmente haya existido sino solamente un enunciado con valor veritativo falso que existe en la imaginación del hablante.

En el capítulo XVIII del Santo Evangelio según San Juan, Jesús le dice a Pilatos, luego de haber sido arrestado y entregado al prefecto de Judea: «Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad». Entonces Pilatos le pregunta a Jesús: « ¿Qué es la verdad? » (San Juan XVIII, 38).

Tan importante ha sido el interrogante por la verdad en la historia del hombre, que de ella han surgido desde paradojas que fijan sus límites, como la del cretense «mentiroso» que le confiesa a Tito que «todos los cretense son mentirosos» (3), sin advertir que la única forma de verificar la verdad de este enunciado es si y sólo si sus afirmaciones son falsas, hasta la «episteme» como marco en el cual se fijan los límites de lo que es posible hablar en una época dada (4). Pero claro, como la verdad ha pasado de moda, eso ya a nadie le importa.    


2-Moro Simpson, Tomás: “Formas lógicas, realidad y significado”, Cap. III, Pag. 9, Editorial Siglo XXI, Argentina 1964.
3-Kripke, Saul: Esbozo de una Teoría de la verdad”, Ediciones UNAM, México 1984.

4-Zizek, SalavoJ: “La permanencia de lo negativo”, Ediciones Godot, Buenos Aires 2016.

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